Nacieron en 2014 en los pasillos del Instituto Arcos, empeñados en introducir al medio periodístico fotos con sello de autor. Hoy los 11 fotógrafos y fotógrafas del colectivo le han dado un giro a su quehacer con la elaboración de reportajes que venden a medios internacionales y poniéndo énfasis en la educación, a través de talleres que imparten en festivales y donde enseñan a cualquiera con una cámara a afinar el ojo en un mundo invadido por las imágenes, pero que ha perdido la capacidad de reflexión.
Por Denisse Espinoza A.
“Cuando llegó el estallido estábamos más que preparados”, lanza con un dejo de orgullo en el rostro, el fotógrafo Alfonso González (31), que vio en la revuelta social de octubre de 2019 el momento idóneo para aplicar todos los conocimientos que por seis años había estado acumulando en Migrar Photo, el colectivo de fotoperiodismo que en 2014 fraguó, entre risas, carretes y trabajos universitarios, junto a sus cuatro camaradas estudiantes del Instituto Profesional Arcos -Eric Allende, Diego Figueroa, Ibar Silva y Jorge Vargas- con la idea de levantar una plataforma de difusión comercial de sus trabajos.
Rápidamente fueron sindicados como los herederos de la AFI -la Asociación de Fotógrafos Independientes que a mediados de los 80 enfrentó la censura de la dictadura de Pinochet-, pero lo cierto es que los fotógrafos de Migrar, aunque admiran a sus predecesores, toman distancia. “Son contextos distintos y difíciles de comparar. Nunca ninguno de nosotros ha tenido tanto miedo a que lo maten o lo hagan desaparecer como sí ocurrió en esa época y eso lo constatamos con el estallido”, dice Alfonso.
Imágenes tomadas durante los primeros días del estallido social, en octubre de 2019. Crédito: Migrar Photo.
Por esos días de 2019, Migrar Photo tenía su centro de operaciones en calle Victoria con Vicuña Mackenna, a diez cuadras de Plaza Italia, la zona cero de la revuelta. Allí los fotógrafos ya venían con un training de trabajo profesional: todos los días se dividían entre quienes iban a tomar fotos a las pautas de prensa, manifestaciones o encargos periodísticos puntuales, mientras que el resto se quedaba en la oficina editando y despachando, ese mismo día, las imágenes a los medios que las solicitaban o bien publicando en su propia web lo registrado durante el día.
Con el estallido, esa rutina se intensificó. “Para mí fue súper emocionante todo lo que se vivió desde el 18 de octubre. Yo venía haciendo fotos desde el 2006, cuando era estudiante, y para mí ese momento, como para muchos, fue la cristalización de todo un proceso de demandas y lucha en las calles, pero que ahora se expandía. Vi gente salir a las calles que nunca antes había visto. Viví la dualidad de ser un fotógrafo y a la vez, parte de esa masa, me sentía un manifestante más”, cuenta Alfonso.
“Cuando empezó la represión más fuerte, dejé de ir un tiempo, y traté de alejarme de la primera línea con la idea de registrar otras historias, otros personajes en los alrededores de la marcha, pero también porque sentí miedo”, reconoce.
Para Eric Allende (28), otro de los fundadores del colectivo, el estallido lo vivió como un aterrizaje forzoso. Dos días antes, había llegado de Ecuador, donde estuvo varias semanas registrando la crisis gatillada por el paro de transportistas a raíz del alza del precio del petróleo, pero que también terminó irradiando al movimiento social. Ese 18 de octubre en la noche, Eric estaba terminando de jugar una pichanga de bienvenida con sus primos en Maipú, cuando se enteró de los disturbios y la quema de estaciones del Metro en el centro de Santiago, que acabarían con el gobierno de Piñera decretando Estado de emergencia.
“Casi todo lo que vi en Ecuador se empezó a repetir acá, pero hay varias diferencias. Las protestas allá tienen sobre todo que ver con el tema indígena que tienen un gran nivel de organización, marchan en familia, generalmente las mujeres quedan atrás preparando la comida y adelante van los jóvenes combatiendo a la policía, todo es muy ordenado, pero acá en Chile la represión es cien veces más fuerte. De todos los días que estuve en Quito sólo un día salió el guanaco a la calle y hace como diez años que eso no pasaba, en cambio aquí el guanaco está todo el tiempo presente”, recuerda el fotógrafo.
“Así y todo nunca sentí miedo mientras estaba cubriendo en la primera línea, porque tampoco nunca me senté a meditarlo mucho. Si uno va con miedo a trabajar eso se nota en las fotos, por eso evito ese sentimiento”, agrega Eric.
En el caso de Karina Aliaga (35), otra integrante de Migrar Photo, estaba viviendo en Argentina cuando se produjo el estallido en Chile, por lo mismo su trabajo en principio fue apoyar en la selección y edición de las fotos que diariamente se producían. Luego, Karina vino por temporadas a registrar las protestas y hace un año decidió regresar definitivamente y radicarse en la V Región, donde es docente en el Instituto Arcos, sede de Viña del Mar.
“Ninguna de las mujeres que estamos en el colectivo estamos tan metidas en la foto de prensa, los chiquillos son más de la calle. Sin embargo, para el estallido todas salimos, sobre todo para las marchas feministas, pero nunca en primera línea, sino a registrar los bordes, a retratar a las personas que asisten y no sólo los enfrentamientos que es lo que suelen cubrir los diarios”, explica.
La revuelta social fue el escenario ideal e ineludible para que las fotógrafas y fotógrafos de Migrar Photo dieran muestra de sus habilidades registrando la calle, imprimiendo en sus imágenes un sello artístico poco visto en la prensa local y logrando inmortalizar escenas únicas y conmovedoras que les valieron ser seleccionados para festivales y muestras internacionales como la 3rd Annual Latin American Foto Festival Exhibition en Nueva York, la exposición Colectiva “Represión y Resistencia Social en Chile. Ayer y Hoy” en la Galería Friedrichshain de Berlín, la muestra “Declaración es cuerpo. Fotografía emergente de México y Chile”,en Ciudad de México o la Angkor Photo Fest en Camboya.
Sin embargo, en los últimos años, el colectivo también ha puesto el ojo en otras inquietudes, pasando de ser simplemente una agencia de fotos a intentar involucrarse más con las comunidades y esbozar un proyecto educativo a través de talleres que van desde entregar conocimientos sobre técnicas básicas de fotografía para principiantes, pasando por la edición y elaboración de fanzines, el retrato documental, hasta nociones más teóricas sobre lenguaje fotográfico.
“Migrar ha cambiado caleta, empezamos como una plataforma de difusión de nuestros trabajos, pero de a poco nos fuimos por el lado de la gestión cultural, organizando charlas y encuentros con proyecciones. Hace un par de años que intentamos vivir de Migrar, entonces empezamos a sacar una faceta más comercial para hacer nuestros propios reportajes y venderlos, pero también nos interesa la educación. Hemos hecho talleres gratuitos en muchos lugares de Chile y siempre tratando que el traspaso de esos conocimientos sea de la forma más horizontal posible”, cuenta Eric Allende.
Las mujeres y la calle
El 2017 fue el año del cambio. Después de cuatro años de que naciera el colectivo, los siete fotógrafos hombres de Migrar – Alfonso González, Eric Allende, Diego Figueroa, Ibar Silva, Juan Hoppe, Pedro Pablo Ramírez y Jorge Vargas- decidieron abrir una convocatoria para mujeres fotógrafas.
No se trataba de cumplir con la cuota de género -que tanto se exige por estos días- sino más bien dar el paso definitivo desde el fotoperiodismo clásico, que simplemente registra la realidad, hacia la búsqueda de una fotografía autoral, que narre historias con una mirada abierta y sensible.
En el inicio siempre estuvo como objetivo introducir a Migrar Photo en el pequeño mercado fotográfico local. “Queríamos intentar cambiar la fotografía de prensa en Chile, poder incorporar otros estilos, otras estéticas, pero al tiempo entendimos que no se iba a poder de la forma en que queríamos. Hay generaciones más viejas en los medios que no quieren cambiar su visión de lo que se lleva en portada y luego también entendimos que eso no está mal, son estilos distintos”, dice Eric Allende, quien trabajó en sus inicios como reportero gráfico en el diario La Segunda.
Los primeros años fueron de posicionamiento en el medio y de mucho trabajo colectivo, otra de las grandes características de Migrar. “Se trataba también de soltar un poquito el ego, de no firmar individualmente, que se perdiera el autor. Además, uno se siente más protegido en todos los aspectos al unir fuerzas con otra gente, porque hay un colectivo que te respalda”, cuenta Alfonso González, quien partió su carrera siendo editor de los medios regionales de la empresa El Mercurio, pero quien tuvo siempre a Migrar como su gran proyecto personal.
En paralelo a esos trabajos más tradicionales, los fotógrafos del colectivo comenzaron a destacar cada año por sus aciertos fotográficos en certámenes, como el Salón Nacional de Fotoperiodismo, y a ser invitados a festivales latinoamericanos donde lograron infiltrarse como locales en realidades disímiles -desde Uruguay, pasando por México, Venezuela y Perú-, capturando instantáneas memorables que fueron catapultando un prestigio en la región. “Fuimos agarrando vuelo, pero aún no llegamos a lo que soñamos que sea Migrar: una agencia consolidada a la que le lleguen pegas por sí sola”, agrega González.
La búsqueda de una identidad y un camino propio se profundizó en los últimos cuatro años con el ingreso de las cuatro mujeres que hoy forman parte de Migrar: Catalina Juger, Karina Aliaga, Catalina Hoppe y Paz Olivares, elegidas entre 300 candidatas.
“Cuando recién entraron quedaron en evidencia caleta de prácticas que uno como hombre no se da cuenta. Ahora estamos mucho más atentos a cómo mostrar los contenidos y a equilibrar más. Hoy hay una escucha de todas las partes, ellas son super aterrizadas, son autocríticas y nunca hay ganas de aplastar el trabajo del otro”, comenta Alfonso sobre el estilo de sus compañeras.
Sin embargo, el real impacto de las mujeres de Migrar se notaría en la calles, cuando comenzaron a cubrir al movimiento feminista y sobre todo durante la conmemoración del último 8 de marzo -justo antes de que cayera la pandemia- en el que las fotógrafas se organizaron para hacer una gran intervención en los muros de plena Alameda con gigantografías de imágenes de mujeres de 3 y 4 metros de alto.
“Todo el colectivo aportó imágenes donde las mujeres fueran las protagonistas. Nosotras fuimos a marchar y a pegarlas, pero los compañeros tuvieron un rol muy activo también, al igual que en otras marchas feministas”, cuenta Karina. “En general somos nosotras las que tomamos las fotos en esas instancias, al igual que en la marchas por el aborto, pero son ellos los que se dedican a recibir, editar y enviar las fotos a los medios”, agrega.
Una imagen de ese 8M llamó sobre todo la atención: el retrato de Ester Muñoz -la abuela del fotógrafo Eric Allende- se estampó en la fachada del GAM y de inmediato comenzó a ser intervenida con frases de decenas de mujeres marchantes: “Fuerza de mujer”, “Todas juntas nadie nos podrá vencer” y “Pensiones dignas”, fueron algunas de las espontáneas dedicatorias.
“Otro episodio similar lo vivimos con la intervención de imágenes callejeras que pegamos para el primer aniversario del estallido social”, cuenta Aliaga. “Ahí cubrimos de fotos de escolares fuera de la estación Santa Lucía y con el pasar de los días, la gente no sólo empezó a escribir cosas alrededor de ellas sino a tacharle los ojos, luego a agujerearlos como reacción por la represión policial y los traumas oculares que tantos estaban sufriendo. Es emocionante cuando la fotografía gatilla ese tipo de reacciones y a nosotros como colectivo nos generó mucha reflexión sobre nuestro rol de devolver la foto a la calle”, dice la fotógrafa.
La experiencia territorial que han ganado cubriendo acontecimientos sociales en distintos países de la región, junto con las brigadas fotográficas del Festival de Fotografía de Valparaíso -donde ya son veteranos- hasta las últimas intervenciones callejeras han hecho que los 11 fotógrafos y fotógrafas pasaran de meramente buscar la difusión de su trabajo hacia el afán de educar a la población y de democratizar la imagen a todo nivel.
Pensar y narrar desde la imagen
Fue justamente el poder social de la fotografía lo que hizo que Karina Aliaga se decidiera a tomar la cámara como herramienta para su trabajo como psicóloga. “Me di cuenta de que si llegaba al barrio a hablar desde la psicología se generaba de inmediato una distancia que no se producía cuando llegaba a hacer un taller de manualidades o de foto. Generar una reflexión y una conversación a partir de las imágenes era mucho más fácil”, cuenta.
Así partió a Buenos Aires a tomar cursos informales de fotografía y terminó dedicada por completo al oficio. Cuando en 2017 supo de la convocatoria a mujeres de Migrar Photo, no dudó en postular. “Me interesaba la mirada crítica y política que veía que el colectivo le imprimía a las imágenes, además se notaba que eran movidos en un momento en que no se veía tanto ese espíritu en Chile”.
Al igual que las otras mujeres del colectivo, Karina trabaja una impronta más personal en sus fotos, además le interesan el trabajo educativo con las comunidades y los procesos fotográficos antiguos, como la investigación de archivo. En Migrar Photo enseña la cianotipia -técnica de impresión de imágenes en azul con emulsiones fotosensibles- y entre los talleres que dicta está el titulado “Territorios nómades”, uno de los más exitosos.
“Es un taller de fotografía y edición colectiva que reproduce de algunas forma el mismo sistema de trabajo que ocupamos en Migrar, que es que después de que vamos a tomar fotos de un tema común, disponemos todas las fotos para analizarlas juntos y realizar una selección con miras a una publicación o proyección de las imágenes. Solemos impartirlos tres de nosotros, y ya lo hemos hecho en varios lugares del país”, cuenta la fotógrafa.
“El año pasado en plena pandemia, nos invitaron del Festival de Fotografía de Atacama para poder hacer el taller online, y resultó ser la versión más nómade que hemos tenido. Participó gente de México, Colombia, Argentina, Bolivia y de todo Chile. También hemos ido a dictar el taller en zonas de sacrificio y en comunas pequeñas de distintos rincones. Es nuestro taller favorito porque nos permite hacer reflexionar a las personas sobre el entorno al que pertenecen”, agrega Aliaga.
“Territorios nómades” es sólo una de las estrategias con las que el colectivo enfrenta la paradoja de la invasión de imágenes en la que estamos sumergidos y el hecho de que hoy cualquier que tenga un teléfono móvil es un potencial fotógrafo. Basta con pensar que una de las imágenes de la revuelta más compartidas en redes sociales -la del monumento al general Baquedano tomado por el pueblo y donde destaca un hombre alzando la bandera mapuche en la punta con los colores del atardecer al rojo vivo- fue tomada por una actriz y fotógrafa aficionada.
“A mi me encanta que las personas se sientan llamadas a ver y hacer fotos, pero creo que hace falta ponerle más reflexión, que pensemos qué estamos contando a través de la imagen y al mismo tiempo aprender a leer las imágenes que nos bombardean todo el tiempo”, opina el fotógrafo Alfonso González.
De la serie “Bitácora” de Alfonso González, ganadora del 1er lugar Internacional Reportaje de Fotoprensa17 De la serie “Barro y agua” de Ibar Silva, 2015 Migrar Photo.
“También hay que ser conscientes y responsables con las fotografías que se comparten, es fácil ‘sapear’ gente en las manifestaciones, es algo que aprendí a la mala en las marchas estudiantiles del 2011. Es realmente peligroso, porque uno no le toma el peso en el momento y hoy es común tomar la foto y liberarla al mundo de inmediato, pero los servicios de inteligencia revisan todo y podrías hacerle daño a quien quisiste ayudar, por un descuido”, plantea.
Según Eric Allende la masificación de la fotografía como ejercicio ciudadano y cotidiano, inevitablemente hará que, con el tiempo, las personas se acostumbren, mejoren su mirada e incluso exijan ver mejores fotos. Al revés de lo que algunos plantean, para el fotógrafo la invasión de imágenes y el efecto de las redes sociales puede generar un cambio positivo.
“Es un tema que venimos discutiendo mucho como colectivo desde 2015 cuando se empezó a popularizar hacer fotos con el celular y finalmente lo vimos como una oportunidad para que la gente aprenda más de fotografía, de hecho por eso creamos un taller para enseñar a tomar fotos con el celu, porque queremos que la gente lo haga cada vez más y mejore, así la cultura crece y eso hace que todos mejoremos. Nunca lo hemos visto como competencia para nosotros”, afirma el fotógrafo.
Tras siete años de trayectoria, el sello del colectivo va mucho más allá de tomar una foto impactante de un hecho noticioso. Para Migrar lo esencial es contar historias humanas, ya sea con imágenes actuales -en forma de reportajes con los que aspiran a desarrollar un frente más comercial-, como a través del rescate de archivos, que va alimentando la pregunta por el valor de lo fotográfico.
Ese es el caso tanto de Karina Aliaga como de Eric Allende, quienes trabajan en proyectos personales de largo aliento que, en vez de generar nuevas fotos, revelan imágenes del pasado. En “Anita, querida”, la fotógrafa está trabajando con un hallazgo familiar: una serie de negativos y retratos de los años 30 pertenecientes a su abuela de 97 años, quien los guardó sin nunca mostrárselos a nadie. En los retratos aparecen sus amigas de juventud y en el reverso las dedicatorias de cada una.
En tanto, Eric lleva varios años visitando Aurora, una población en Concepción con más de 120 años de historia, que está siendo amenazada con desaparecer por la construcción de una autopista. En sus múltiples viajes, el fotógrafo ha ido registrando los objetos abandonados por los habitantes que ya han decidido irse del lugar: ropa, peluches, adornos y fotografías que se han convertido en las huellas del conflicto entre la resistencia de una memoria colectiva versus la modernización.
“Una foto suelta no es lo más valioso hoy, lo que buscamos es narrar historias a través de varias imágenes y por eso ahora estamos trabajando en torno a reportajes que nosotros mismos vamos buscando”, dice Allende.