Catalina Martin-Chico
Pasó una década fotografiando a las mujeres en Yemen, logró registrar la cotidianidad de una hermética comunidad Amish en Pennsylvania, EEUU, y durante dos temporadas retrató a las ex guerrilleras de la Farc, quienes quedaron embarazadas tras el acuerdo de paz firmado con el gobierno colombiano en 2016. La premiada fotógrafa franco-española -quien acaba de participar como tallerista en el Festival de Fotografía de Valparaíso-, cree que el mejor fotoperiodismo es aquel que estando en terreno se salta los cliché, que se toma su tiempo para desarrollar una historia y que busca en los recovecos aquellos ángulos y personajes menos visibles. “Mi lucha es justamente no hacer ese reportaje que planeé que haría sentada en mi oficina de París”.
Por Denisse Espinoza
Como siempre, Catalina Martín-Chico tenía todo calculado antes de partir a registrar una de las tantas comunidades circundantes a Boca de Toro en Panamá, que sobreviven como pueden en las islas que de a poco se hunden por efecto del cambio climático. Tenía los contactos locales hechos, la ruta trazada, pero apenas al llegar a destino los protocolos sanitarios por la pandemia del Covid-19 le jugaron una mala pasada y las autoridades le negaron la entrada.
Con sólo 15 días a disposición para cumplir su misión, la fotógrafa echó a andar el plan B. También falló. “Después de siete horas en carro, de subir y bajar montañas, las lluvias intensas de esa época me impidieron llegar a la segunda comunidad que tenía contactada, entonces tienes que ponerte a imaginar otra cosa rápidamente e intentarlo de nuevo”, cuenta la fotógrafa hispanofrancesa, que lleva más de una década documentando distintas historias sociales que la han hecho reconocida y que en 2011 la hicieron merecedora de la Visa de Oro humanitaria que entrega la Cruz Roja Internacional.
“No puedes volver sin nada. No es una opción. Hay gente que ha confiado en tí, te ha pagado todos los gastos, los billetes de avión, el hotel, el alquiler del coche y si vuelves sin nada es horrible. Piensas, y bueno, hasta aquí llega la carrera porque nadie más va a confiar en ti, entonces son realmente muy agobiantes esos momentos”, reconoce Martín-Chico.
Pero la tormenta pasa y sale el sol. La fotógrafa toma otra dirección, se va a la selva, camina durante horas hasta que llega a la comunidad Ngöbe que la recibe y le permite registrar su vida diaria marcada por el crecimiento acelerado del nivel del mar, lo que hace que la tierra sufra, se incremente la deforestación, los animales mueran y la tierra para cultivar sea cada vez más escasa.
Se trata de una de las últimas series de Martín-Chico, la cual fue exhibida durante el mes de octubre de 2021 en la galería de París de la agencia de fotografía VU’, que le encargó a ella y otros fotógrafos -Ferhat Bouda, Andrew Quilty y Cyril Zannettacci- registrar la vida de comunidades afectadas por el cambio climático en Chad, Afganistán, Panamá y Kenia para la campaña de la ONG internacional Acción contra el hambre.
“Al final las cosas han salido bien, pero entremedio te la pasas mal como fotógrafa. El problema es trabajar contra el tiempo, tener 15 días para hacer todo es muy poco, pero hoy en día, ninguna revista ni agencia te paga los gastos por más que eso. Trato de hacer activismo de un periodismo más lento, pero en estas circunstancias tienes que hacer los contactos antes, lograr generar las confianzas antes incluso de ver a las personas, por teléfono o Whatsaap hacer los vínculos. Antes de sacar la primera foto hay un mundo”, dice la fotógrafa.
Justamente esa metodología y la complejidad de ejercer el fotoperiodismo hoy, en medio de la crisis de la prensa escrita, fue el foco del workshop que la fotógrafa estuvo desarrollando en septiembre de 2021 como invitada internacional de la edición 12 del Festival de Fotografía de Valparaíso, titulado “Nuevo habitar”, que la tuvo revisando el trabajo de fotógrafos chilenos y de otros países de latinoamérica, dando consejos y enseñando claves para la edición fotográfica.
“Veo que muchos estudiantes y fotógrafos jóvenes fallan en ese primer paso, porque antes de sacar la primera foto tienes que pensar muy bien qué es lo que quieres contar, qué ángulo tomarás, por cuál puertas entrarás. Tener accesos es una cosa, pero antes tienes que saber lo que quieres para saber qué accesos necesitas. Y una vez estando en terreno es importante generar la confianza necesaria. Yo nunca llego tomando fotos de inmediato, pero siempre voy con mi cámara colgada al cuello de frente para que quede claro que soy fotógrafa y a lo que voy es a eso, pero siempre atenta a no herir a las personas, a no ser agresiva, voy construyendo poquito a poco ese puente”, explica Martín-Chico.
Con esa meticulosidad, paciencia y empatía es que, en menos de dos décadas, la fotógrafa logró forjar una carrera prestigiosa, con grandes aciertos y aportes al fotoperiodismo.
Su primer trabajo lo realizó en 2007 con un viaje puntual a Yemen, donde cubrió la revolución. Terminó volviendo varias veces durante 10 años para retratar el mundo de las mujeres en una sociedad que las considera ciudadanas de segunda clase y que las obliga a ocultar su cuerpo y rostro tras un velo.
En 2017, al mismo tiempo que cerraba el ciclo de Yemen, presentó en el Festival Les femmes s’exposent en Houlgate, en Normandía, su trabajo El mundo suspendido de los Amish, que evoca las vidas de los miembros de esta comunidad religiosa, anabautistas rigurosos que viven separados de toda la modernidad en los estados de Pensilvania e Indiana.
De la serie The Amish World. Crédito Catalina Martin-Chico.
Mientras que un año antes, en 2016, ya había comenzado una de sus series más elogiadas, por la que fue premiada en 2017 con el Premio Fotoperiodista Femenina Canon y nominada en 2019 al World Press Photo del Año, consiguiendo el segundo lugar en el apartado de Reportajes Gráficos en Temas Contemporáneos. Se trata de Colombia Re(Birth), donde explora el acuerdo de paz entre el Estado colombiano y las Farc, pero a partir del aumento de los embarazos entre las antiguas combatientes rebeldes, a quienes se les prohibió tener hijos durante los 53 años de insurgencia de la guerrilla.
Fue en ese peak de muestras y premios, que en 2018, la fotógrafa trajo una selección de su trabajo sobre mujeres a Chile en una exposición que se alojó en el MAC de Parque Forestal bajo el título de Nawal, Sulma, Olga y todas las demás.
“Me interesa trabajar en temas que reflejen la minoría de la minoría, entonces no es solo por querer hablar sobre mujeres, sino que lo social siempre me interesa, denunciar la falta del Estado y de atención en ciertas comunidades. A veces las mujeres son el centro de mi atención y otras veces son comunidades mixtas que sufren también de las mismas cosas, tengo un lado feminisita por ser mujer, pero también humanista de manera general, cuando al ser humano se les niegan los derechos me duele y tengo ganas de denunciarlo, pero también entender el fondo e ir más allá”, dice la fotógrafa.
-¿Cómo llegaste a interesarte en estos temas y cómo fue que como fotógrafa y mujer lograste penetrar en mundos tan represivos para ellas?
De las Farc acá en Europa casi no se habla y menos de ellas, las mujeres guerrilleras, entonces para mí era importante hablar de algo que no se documenta mucho. Luego me enteré de que en ciertas épocas había casi 40% de los guerrilleros que eran mujeres, lo cual me llamó la atención y esos guerrilleros llegaban de manera igual siendo mujeres u hombres, pero claro las mujeres tuvieron que vivir otras dificultades que los hombres no. Todos por igual usaban las armas, todos cocinaban, todos hacian todo en comun, de igual a igual, solo que las mujeres se quedan embarazadas y los hombres no, entonces ellas tienen que vivir abortos, embarazos en la selva, abandonos de bebes y pensé que ese era un ángulo minoritario y que necesitaba un poquito de enfoque.
De la serie Colombia (re)Birth. Crédito Catalina Martin-Chico.
En Yemen es lo mismo, yo siendo mujer fotógrafa, tenía acceso a documentar a las mujeres, cuestión a la que un hombre no tiene acceso, entonces a mi eso me daba una fuerza increíble y una misión, porque tengo el poder de documentar a esas mujeres y no los hombres fotógrafos que llegan a Yemen. Tuve la oportunidad de darle visibilidad a un tema del que nadie hablaba.
Yemen ha sido otro planeta, no puede haber un lugar tan distinto a nuestra sociedad que la de ellos, que efectivamente es muy cerrada. La mujer vale la mitad que un hombre a nivel administrativo, están veladas por completo, no se les puede decir el nombre en la calle, no pueden reir, no pueden correr para agarrar el autobús. Cada vez que volvía descubría más detalles y me infiltraba más en la vida de ellas. Al principio no era un país peligroso, pero cada vez se ha vuelto, con la presencia de Al Qaeda, pero no se trata de que sea un país islámico y extremista, es más bien que Yemen es muy tradicional.
Insertarse en las Farc fue diferente, porque no conseguí vender el reportaje por adelantado y decidí por el interés que tenía en el tema de ir con mi propio dinero, pero son cosas que no hago mucho el de pagarme un viaje así, pero en el caso de los niños de la paz, “el baby boom” tras la firma de paz era una puerta de entrada tan interesante que lo hice. No tenía plata para buscarme un fixer (periodistas locales que funcionan como guías y a veces como traductores para hacer los contactos para desarrollar los reportajes) entonces empecé a buscar entre mis amigos contactos, amigos de amigos que fueron dándome datos de personas locales, así fui haciendo por mi misma los enlaces. Tuve acceso a tres campamentos en zonas bastante aisladas, entonces ya el siguiente paso era viajar, coger un avión, un coche, un autobús y entonces llegas. Después de eso te toca integrarte, ganarte la confianza y que te acepten. Cuando recién logras esos tres puntos, entonces comienza el trabajo fotográfico. Es arduo.
Tanto a Yemen como al tema de las Farc llegué intentando no tener prejuicios, y es lo que intento hacer en cada viaje y en cada comunidad donde documento y donde me aceptan. Para mí la clave es no juzgar, llegar no pensando lo típico que se puede pensar que es ‘pobres mujeres, qué cabrones los hombres que las tratan asi’ o qué sé yo, intento quitarme de encima todos mis prejuicios e intento ir y estar lo más cerca de la gente, observar, entender, comprender lo que está pasando, transmitirlo, y eso es lo que me ayuda también a tener accesos, porque yo no los juzgo y ellos tampoco me juzgan a mi.
-En ese sentido ¿Cómo haces para equilibrar la idea que te has hecho del reportaje con lo que encuentras en terreno?
Siempre hay cosas inesperadas que a veces cambian el destino del trabajo y esa es otra de las cosas por las que lucho, que es justamente no hacer ese reportaje que planeé que haría sentada en mi oficina de París. Las cosas en la realidad son distintas de como las piensas, a veces tenemos todos unos cliché de las cosas, los blanco y negro, la gente ahí es mala, estos son los buenos y estos son lo malos. Para mi con la gente tienes que tener la apertura de cambiar de perspectiva y cuando ves que en el terreno las cosas son muy distintas de las cosas que lees en tu país, en los periódicos o de lo que cuenta la gente, para mi misión es darle la vuelta al chip y volver con otro punto de vista.
Mi activismo es el del periodismo lento, porque ahora las revistas tienen menos presupuesto y te mandan menos y en tiempos más cortos. Tienes poco tiempo para documentar y también para comprender lo que estás documentando y entonces vuelves con la idea que tenías antes y no tienes tiempo de cambiarte el chip y eso molesta. Tener tiempo en el fotoperiodismo es esencial para comprender la situación que vives en el terreno, sino vas a sacar lo que has venido a sacar y punto.
Para mi es complicado, por ejemplo, que en 10 días surjan todas las escenas de una historia, a nivel de eventos tienes que tener una suerte increíble que todo se dé en ese acotado espacio. El posconflicto en Colombia no lo puedo documentar en 15 días, porque es largo como esta gente va a entrar en la sociedad civil, entonces tienes que volver seis meses más tarde, un año más tarde y ver cómo avanza. Claro y dices bueno entonces esta es la historia que nunca se acaba, y además está el tema de que me apego con la gente, tengo ganas de volver y seguir más allá, pero la dificultad está en financiarte el reportaje, por eso es importante pensar en pequeños capítulos que puedas ir cerrando y abriendo más adelante. Por ejemplo, he hecho un reportaje hace tres meses atrás en Irán sobre los últimos nómadas y cómo están cambiando su cultura, sedentarizándose y, bueno, me muero de ganas por volver, y de seguir documentando otro tipo de nómadas en Irán y en otras partes del mundo, pero es complejo.
Las cosas van de mal en peor, no he conocido tanto la época dorada de los fotoperiodistas porque empecé tarde, pero cuando ellos tenían entre 20 y 30 años y podían irse 6 semanas de reportaje y les pagaban cuatro o cinco veces más que ahora y también habían muchos menos fotoperiodistas, seguramente menos mujeres, pero claro ahora las revistas no tienen presupuesto, cierran y después del Covid la situación se viene peor ya que cerraron varias revistas, las que quedan no tienen presupuesto, ya no te pueden pagar un billete de avión, ya no tienen espacio para las fotos, es un desastre. Y esto sucede en Francia que es uno de los países que tenía más número de revistas, con más espacio para la foto y ahora ya quedan tres, ya me imagino cómo será en el resto del mundo.
A mi me encantaría que me llamaran más para proponerme temas, pero la verdad es que yo soy más la que propone en una proporción de 70-30 u 80-20. Ahora estoy contenta porque acabo de volver de Noruega donde he hecho un reportaje sobre la educación en los bosques y me he pasado también 10 días en España documentando las aldeas abandonadas que retomaban la vida después del Covid.
-¿Cómo ves que es el panorama actual para las mujeres fotoperiodistas? ¿Fue difícil para tí empezar en esta profesión?
Se siente que hay mucha activación, hay muchos premios más para mujeres, hay festivales solo para mujeres fotógrafas, cosas que están pasando en estos años que no pasaban antes, ha habido un acelerador importante. No te podría decir que a mi me ha costado, no sé si me hubiese costado menos siendo hombre, no lo he podido vivir, pero me cuesta lograr cosas y a veces tienes la sensación de que efectivamente es por ser mujer, pues no puedes ganar cinco premios seguidos y los hombres sí, cosas así, pero son solo sensaciones y luego no sabes si es verdaderamente por eso o no.
Por otro lado también me siento afortunada de ser mujer fotógrafa porque tengo acceso a más cosas, puedo tener acceso a las mujeres de las Farc, que me cuenten sus historias sobre aborto que no se lo contarían a un hombre. Yo he empezado en esta profesión diciendo que el hecho de ser mujer es una fuerza para mí y desde ese momento no te pones en ninguna situación de victimización y avanzas y lo haces como una fuerza a todo nivel. Ahora sigues viendo muchas mujeres en las escuelas de fotografía, pero no en el fotoperiodismo, quizás porque ellas mismas no se atreven porque piensan que no es para ellas, y yo feliz de tener la visibilidad para poder decirles a esas chicas que también es para ellas, porque las mujeres son igual de valientes que los hombres, los hombres igual de sensibles que las mujeres, no hay una fotografía más femenina o un punto de vista más femenino, tiene que ver con la mirada de cada uno, para mi la verdadera diferencia esta en la vida personal.
Yo no tengo hijos porque sino mi vida habría sido distinta y soy divorciada, algo tiene que ver. Creo que la dificultad de ser mujer en esta profesión es a nivel personal y no tanto en el terreno profesional. Los hombres pueden seguir mucho más haciendo la profesión siendo padres, pero una mujer siendo madre es más difícil. Los hombres admiran a las mujeres que viajan, pero también les asusta y no las ven para formar familia, les jode que te vayas, que en vez de irte con ellos a las vacaciones, te vas a hacer un reportaje y lo dejes de lado, entonces les jode que la fotografía tome espacio y para mi el fotoperiodismo no es sólo una profesión, es un modo de vivir.
-Y en ese sentido ¿te interesa lo que está ocurriendo con la ola feminista que está teniendo fuerza política en muchos países como en Chile?
Me interesa la ola feminista, el lado de periodista me llama mucho a documentarlo, pero el lado fotógrafa me frena un poco, no es tan facil documentar visualmente esas cosas. Lo que tengo que pensar primero es cómo una historia se puede contar visualmente, entonces de nuevo se necesita muchísimo más tiempo, quedarse más tiempo en el lugar, seguir a las mujeres y tener mucho más material para poder contar visualmente o tiene que ser por manifestaciones o retratos y yo no me expreso mucho así. Sería interesante encontrar otras formas narrativas, hacer algo a nivel sonoro y darle la palabra a personas más que fotografiarlas.
-¿Estás dando un giro en cuanto a las temáticas que te interesan?
Es que ahora pienso que uno de los grandes conflictos que hay en la historia es el cambio climático y es algo que me está preocupando bastante. Entonces ahora estoy desarrollando eso, que antes no lo hacía, pero no a nivel de naturaleza, sino también a escala humana, cómo las comunidades son responsables de la naturaleza, pero también cómo se ven afectadas. He estado trabajando, por ejemplo, en el Amazonas del Ecuador con comunidades que han luchado para la protección de su territorio. No soy una fotógrafa de paisaje, sino una fotógrafa de lo humano y eso es lo que pretendo rescatar en esos reportajes.
-Pero, con todo lo que ha sucedido en Afganistán con la toma del poder por parte de los talibanes y la vuelta represiva que ha sufrido la mujer, ¿no te dan ganas de volver a esos temas?
Desde luego me hubiera gustado mucho ir a documentar a Afganistán, pero claro ahora las cosas están peligrosas y yo no tengo accesos suficientes para ir, lo cual si tengo en Yemen y claro te pones en esa situación, sobre todo porque en Afganistán es muy distinto. Yemen es tradicional y allí muchas de las mujeres eligen y aceptan la cultura. En Afganistán, en cambio, las mujeres sí han estado en algún momento de sus vidas con faldas, con el pelo suelto, entonces que de pronto se tengan que tapar, que dejen de ir a la universidad, que no puedas hablarle a los chicos, es algo difícil, inimaginable. Te puedes poner en la piel de una mujer afgana de otra manera, eres capaz de sentir lo que ellas sienten porque han conocido cómo es vestirse y vivir como tú. En cambio, ahora te puedes morir por abrir la boca, por decir lo que piensas, por la profesión que tenemos, no es fácil. Pero por otro lado claro que me gustaría documentarlos, esos países a mi me intrigan mucho, son países tribales que tienen otro tipo de poder y de funcionamiento muy distintos, siempre me han fascinado.
De la serie Socotra Island in Yemen. Crédito Catalina Martin-Chico
-¿No te arriesgarías entonces a ir y a enfrentarte a ese miedo?
He estado en situaciones peligrosas en que podría haber pasado algo, pero no me gusta tener miedo, no tengo adicción a esa adrenalina para nada, quizás mi escala es distinta a otras personas, quizás empiezo a tener miedo en momentos en que otras personas hubiesen empezado a tenerlo antes.
Para mi el fotoperiodismo es muy distinto al fotoperiodismo de guerra, donde corres mucho peligro. El fotoperiodismo es contar historias, y las historias pueden estar en cualquier parte, debajo de tu casa, no se necesita ir a lugares de guerra, la guerra no es un juego y a menos de tener experiencia, contactos o conocer muy bien el país y tener protección, no hay que ir, yo no iría porque no tengo los contactos suficientes para saber que estaré protegida. Para mi el miedo es mi barómetro, si tengo miedo es que algo no está bien, entonces te regresas, cambias de lugar, vas a otro pueblo, cambias de foco, pero esa luz que se enciende en mi cabeza es clave, se enciende y se acabó.