Columna de Bárbara Olave
ESTUDIANTE ARCOS
instagram: @grissaantemo
Ser joven en el mundo es ser parte de cientos que se la pasan mintiéndose a sí mismos para contrarrestar el futuro próximo que nos relatan miedo. Ser joven en el mundo es intentar resolver la incógnita primigenia del estar en el mundo, dónde estoy, dónde voy, no reconozco de dónde vengo. Ser joven en el mundo es ser riesgosamente envilecido por la estrategia de la imagen adormecedora del aliento, desde el deseo incontrolable de ser vistos sin mirar y mirar sin ser vistos. Ser joven en el mundo es ser testigo cúlmine del vaciamiento de las tierras que alguna vez poblaron mis abuelas, de verdades infructuosas que cubren de pavimento, de edificios, de antenas disfrazadas de árboles, de centros comerciales, de inmobiliarias extractivas que vienen a hundirnos en desechos. Ser joven es ser un eslabón cualquiera, que se encuentra en la base del triángulo infinito de las necesidades innecesarias del capitalismo. El mal reside en no distinguirlo del bien y nosotros, tarde, descubrimos el fundamento de la historia que nunca estuvo de nuestro lado. Ser joven en el mundo, a un costado del mundo; habitantes, herederos, sobrevivientes, excomulgados, del dinero, de la fe, de la Iglesia Católica Apostólica Romana y lo que queda de las enseñanzas del Dios padre todopoderoso, que regurgita y corroe cuerpos. Los jóvenes del mundo, venimos para quedarnos, para vencer esta sensación sempiterna de estar perdiendo,
tiempo, dinero, cuerpo.
Entretanto, nuestros sueños se remontan a defender lo esencial perdido en nuestras infancias. Somos dueños de nuestro destino y, a la vez, no somos dueños de nada. En el entrecejo la venganza no es paliativa y entonces, ¿Cuál es el camino?
Nos hemos ganado el derecho a la retirada,
Somos cientos de miles enaltecidos augurando un nuevo comienzo,
Somos los que esperan, por lo que sea.
Somos cientos de miles,
y ya no tenemos miedo.