Ramón Núñez (1941), actor, director teatral y Premio Nacional 2009
Tartufo de Molière
“He hecho 188 o 189 obras en mi vida, entre las que he dirigido y en las que he actuado. Tengo más obras en el cuerpo que la Sarah Bernhardt, y nunca he pedido un texto o un personaje para interpretar, ni tampoco una obra para dirigir, pero sí hay tres personajes que con el tiempo se me aparecieron insistentemente: uno de ellos y el más interesante para mí es el Tartufo de Molière.
En cuatro de las cinco producciones que he visto de Tartufo o el impostor, que es el título original de la obra, el personaje lo ha hecho un actor joven. En Inglaterra vi otra versión con un actor un poco más mayor. Yo era muy joven en ese entonces, tenía 28 años y el actor debía haber tenido 40 pero a mí me pareció de 86. Recuerdo que en la primera escena de esa obra, parte con la madre de Elmira, la dueña de casa, observando cómo unos niños entraban corriendo y jugando fútbol con este hombre vestido con una especie de sotana arremangada. Le hacían zancadillas, él se caía y se le tiraban todos encima. Y él, para librarse, les repartía santitos a cada uno. Inmediatamente después partía el texto de Molière: “¿Quién iba a pensar que con esa cara de santo podía tener un corazón tan engañoso y un alma tan perversa?”
En la última versión que se hizo de Tartufo en el Teatro UC (en 1994) y que dirigió Héctor Noguera, con Jaime McManus como protagonista, estaba muy bien él pero había escenas en que salía a escena prácticamente desnudo y se veía un muchacho con un cuerpo muy bien formado y sin una gota de grasa, precioso y físicamente maravilloso. Y eso no corresponde a la sensación que yo tengo de esta especie de cura siniestro, más bien obeso, gordo y viejo que se mete en esta casa dando precisamente la señal física de que es un pobre hombre y no un muchachito buenmozo. Ese rol, si bien estaba muy bien hecho, estaba diseñado según mi punto de vista, para un hombre mayor y que se vea tan bueno y tan santo como Karadima.
Todos los actores y actrices caen en el pecado de mostrar y exacerbar la maldad de sus personajes. Pero los malos no andan así, exhibiendo su maldad. Karadima les daba a todos la impresión de que era un santo y toda la derecha se arrodillaba para besarle el anillo y obtener su bendición. Yo creo que esto es precisamente al revés: lo que se tiene que mostrar es la cara de un ferviente creyente en Dios, y que irradia santidad, como el Tartufo. Y hay que serle fiel a él, sin importar lo que digan sobre él. Esa imagen hoy me parece interesantísima.
Cuando se estrenó la película El bosque de Karadima (2015), le escribí a Lucho Gnecco, de quien no soy amigo y con quien nunca he actuado, pero hemos estado juntos algunas veces. Lo felicité enormemente por la película; le dije que todo me parecía bien y que su interpretación de Karadima calza exactamente con la que tendría que haber sido siempre: había que retratar a un hombre santo y no la perversidad que está escondida en él, que no se muestra ni siquiera en los momentos más oscuros. La universalidad de genios como Molière, que sus obras son eternas y de todos los tiempos, adquiere mucha vigencia en el caso de Tartufo y la lectura que uno podría hacer sobre los curas y la crisis en la Iglesia Católica.
Molièreretrataba a estas lacras sociales como son los curas pedófilos que se amparan en el anonimato y en la congregación de pederastas abusadores de niños. Se tapan unos con otros. Yo soy un tipo creyente, pero todo lo que se ha destapado de la Iglesia Católica ha influido en mí radicalmente. Hoy estoy mucho más tranquilo, seguro y más confiado en mí mismo que en un poder que no conozco y que es un fantasma. Holy ghost, dirían los ingleses. Antes te decían que si no tienes fe, la cosa no funciona, y había que creer no más. Es como cuando los médicos no aciertan con ninguna enfermedad y dicen que es algo nervioso. ¿Qué puedes rebatirle? No quiero ser cartesiano ni absolutamente realista, pero evidentemente el ejemplo que han dado los curas en la Iglesia Católica ha sido su peor enemigo. Y lo han destruido todo: la gente ya no va a las iglesias y esto cada vez está mermando más en sus fieles. Se van a cumplir, después de todo, muchas de las profecías que están en la Biblia, como cuando dice que desde una colina en Roma se anunciará el fin de los tiempos.
Yo estudié y me crié en un colegio de curas. Mi madre era muy observadora de la religión católica. Fui monaguillo y aprendí y ayudaba a dar misa en latín desde que era muy niño, y eso influyó mucho en mí para mi educación teatral. Estuve siempre influido por el espectáculo, el coro, por lo que decía el cura y todo lo dramático, divino y sagrado de la hostia y la reverencia. Eran metáforas, símbolos que hasta hoy me rondan, pero me he sentido decepcionado y traicionado. Aun así, cuando estoy en situaciones muy difíciles echo mano a mi gente que ya no está conmigo físicamente. Les pido ayuda y ellos me ayudan. Esa es mi fe hoy en día. A mis 80 años, creo más en Ramón Núñez que en cualquier otra persona o figura. Ni en sacerdotes ni en Tartufos. Sin mí yo no sé qué haría. En él creo, en Ramón, y quizás fui siempre en quien debí creer ante todo”.